Cada vez más personas usan inteligencia artificial en su vida diaria. Según el investigador Bergur Thormundsson, más del 42 por ciento de las personas que trabajan en marketing ha utilizado esta herramienta en los últimos 12 meses. El mismo estudio observa que el 72 por ciento de los usuarios ha interactuado al menos una vez en el mismo periodo con esta tecnología. Usando la simple observación como método, podría afirmar que las cifras son conservadoras: casi todo ser humano con acceso a internet ha tenido frente a él una solución de inteligencia artificial, lo haya notado o no. En ese orden de ideas, la implementación de inteligencia artificial dentro de las compañías es una realidad; si bien no es algo ordenado ni, en muchos casos, institucionalizado. No obstante, los usuarios ya están inmersos en la tecnología y, por consiguiente, han experimentado una mejoría en su productividad.
La implementación avanzada de inteligencia artificial en las empresas ya no es una promesa futura, sino una realidad operativa que está transformando tres áreas clave: automatización, resolución de problemas y toma de decisiones. La promesa es clara: desde algoritmos que optimizan la cadena de suministro hasta agentes autónomos que mejoran la atención al cliente, los agentes de IA abren nuevas oportunidades para incrementar la productividad y personalizar la experiencia del consumidor a gran escala. Eso sí, su adopción sostenida dependerá de un elemento crítico: la confianza del usuario. Para lograrlo, las empresas deben contar con estrategias sólidas de gestión de riesgos, cumplimiento normativo y una adopción ética y responsable. Entender hacia dónde se dirige la IA y anticipar su evolución es fundamental para construir una ventaja competitiva sostenible. Así, lejos de verla como una moda, puedes usarla desde hoy mismo en tu empresa.
Implementación de inteligencia artificial en empresas
El reto que tienen las empresas es tener un plan de cómo implementarla de manera ordenada. No obstante, argumentaría que la llegada de la IA a los trabajadores de industrias de servicios no podrá ser ordenada ni podrá necesariamente identificar un beneficio lineal. El error —desde mi perspectiva— es que buscamos usar la IA en una tarea específica para poder justificar, o por lo menos observar, la mejoría asociada con su implementación. De la misma manera que, al llegar el cómputo, queríamos reemplazar los libros mayores con hojas de cálculo en Excel. No tiene mayor sentido. Si pensamos en las características de la inteligencia artificial, veremos que su implementación es más parecida a un exoesqueleto de una película de ciencia ficción: hace que el soldado corra más rápido, salte más alto y que, en general, aumente sus capacidades.
La implementación temprana de inteligencia artificial será imperceptible para los amantes de la productividad: sucederá de manera automática. Una mejor contestación de emails, una comunicación más avanzada con clientes en otros idiomas, la disminución de faltas de ortografía. En todos los casos, son funciones básicas de un sistema como Gemini o ChatGPT, pero con el tiempo se harán más sofisticadas. Es normal pensar que vamos a tomar la inteligencia artificial y que, al ponerla en una situación dentro de la empresa, tendremos resultados inmediatos. Es muy probable —tal vez nos ayude a optimizar nuestros procesos de cobranza o a hacer más eficiente la comunicación interna—, pero es mucho más probable que nos ayude antes en tareas menores, que a su vez tendrán un impacto mayor en la compañía.
Por ejemplo, al escribir una columna, hace dos años era mucho más cuidadoso con no cometer errores de teclado en la primera vuelta. Hoy, al terminar mi columna, simplemente pido a una herramienta que haga las correcciones. Esto permite que escriba más rápido. Dejo a las IA el proceso de hacer revisión de mis “dedazos”. En ese sentido, sería difícil medir el efecto de la IA en mi trabajo; no obstante, está muy presente en el proceso y, por consecuencia, ahorro mucho tiempo al escribir. Entonces, la IA está presente, pero no como un ente separado. Tampoco es evidente su participación, pero su aportación es innegable.
La inteligencia artificial no es un destino, es una herramienta. No necesitas entender su código para aprovechar su impacto. Como cualquier avance tecnológico, su valor no está en la teoría, sino en la práctica. Implementarla no requiere una transformación radical, basta con identificar dónde puede ayudarte hoy. Empieza por lo pequeño, mide el impacto, y verás cómo la curva se acelera sola. La IA no viene a reemplazar tu trabajo, viene a hacerlo más inteligente. Ignorarla ya no es una opción. Adoptarla, aunque sea en lo básico, puede ser la diferencia entre competir o quedarte atrás.
Ahora bien, la inteligencia artificial ya está aquí, y no pidió permiso para entrar. Se infiltra en cada correo, cada análisis, cada decisión. La mayoría no lo nota, y ese es precisamente el problema. No estamos diseñando el futuro, lo estamos dejando en piloto automático. Si no defines cómo se implementa la IA en tu empresa, lo hará sola. Y cuando quieras tomar el control, puede que ya no te necesite. Esta no es una herramienta más: es una fuerza de cambio que, si no se gestiona con criterio, acabará tomando decisiones por ti… y sobre ti.